LAURA DURANGO / FOTOS: CORTESÍA DE LAS MARCAS

Tiempo de lectura: 15 minutos

1 marzo, 2023

 

El coleccionismo corporativo es un fenómeno consolidado que avanza imparable. ¿Qué impulsa a las empresas a invertir en arte? ¿Qué tienen en común los poderosos fondos de entidades financieras contra otros menores en el sector lujo? ¿Cuál es el criterio de compañías de bebidas como Coca-Cola, la embotelladora mexicana FEMSA o la de jugos Jumex en su apuesta por el arte contemporáneo? ¿Qué aporta el patrocinio cultural de Telefónica o de Mercedes-Benz al bien público y el estatus de las comunicaciones?

Igual que antaño las monarquías, la Iglesia o las familias acaudaladas, en el presente las multinacionales se erigen como los nuevos Médici del mecenazgo artístico. Su apoyo a la creación, conservación y difusión del patrimonio cultural conlleva, más allá de consideraciones fiscales y económicas, una rentabilidad de calado social y prestigio. La presencia del arte no solo genera identidad corporativa, también bienestar laboral y compromiso con ciertos valores universales.

Para el mayor coleccionista de arte contemporáneo de América Latina, el mexicano Eugenio López Alonso, fundador de la reconocida Colección Jumex, no se trata de un pasatiempo sino de algo muy serio que hay que aprender. Su caso resume un viaje de ida y vuelta que comenzó en 1994 cuando compró su primera obra, un Cy Twombly y culminó en 2013 con la inauguración en Ciudad de México del Museo Jumex, que este 2023 celebra diez años, un recinto diseñado por el arquitecto británico David Chipperfield en el punto de mira de las vanguardias mundiales: por un lado exportan la obra de creadores mexicanos, y por otro atraen la de grandes artistas extranjeros. Que de una beca Jumex se pueda escalar hasta una curaduría en la Tate Gallery muestra el potencial tangible del coleccionismo auspiciado por las empresas.

Grandes compañías con grandes presupuestos, como Grupo BBVA y Banco Santander, han proseguido la estela del considerado primer coleccionista corporativo de la era moderna: el banquero neoyorquino David Rockefeller, quien en la década de 1950 introdujo el arte en las salas de juntas y oficinas para el disfrute del público y empleados. En su afán por no relegar la belleza a museos y residencias privadas, Rockefeller fue un comprador sofisticado y de afinado criterio. En 2018, uno de sus descendientes subastó parte de la colección a precios récord.

Del goce privado a la especialización Tanto BBVA como Banco Santander poseen lo que se conoce como una colección de colecciones, es decir, conjuntos artísticos de las diversas entidades que los integran. El acervo de nueve mil piezas de la Fundación BBVA abarca desde el siglo XV hasta nuestros días e incluye obras maestras de las escuelas holandesa, flamenca y española de los siglos XVII, XVIII y XIX. Traza además el trayecto evolutivo desde aquellas manos particulares que en el siglo XIX adquirían arte por motivos decorativos hasta sus propietarios actuales, imbuidos ya de pericia y presentes en el circuito internacional de exposiciones, subastas y ferias.

Así lo explica María Luisa Barrios, responsable de Patrimonio Histórico-Artístico en BBVA: “Por la documentación que conservamos en los archivos, sabemos que en los años veinte y treinta del siglo XX se adquirieron bienes artísticos, pero no será hasta la segunda mitad de ese siglo cuando realmente se inicie la labor pionera de adquisición con criterio especializado, de ahí que las entidades bancarias se encuentren entre los coleccionistas de arte más significativos de nuestro tiempo”. Esta profesionalización del arte corporativo implica la presencia de asesores expertos que adquieren y encargan obra capaz de conectar con el espíritu de la empresa y su visión de futuro.

Sin embargo, más que atesorar el fin es compartir. A día de hoy, la reputación empresarial es un activo que se construye y la responsabilidad social corporativa una prioridad estratégica ineludible en aras del bien común y la sostenibilidad. Como sostiene María Luisa Barrios, la cultura educa y refuerza la pasión por el conocimiento, de ahí el dinamismo de las colecciones corporati- vas, que acercan el arte a los ciudadanos con piezas que viajan en calidad de préstamo o como exposiciones temporales hasta otros museos e instituciones culturales del mundo.

En esta misión sin fronteras, el Grupo BBVA, con 165 años de historia, se ocupa también de difundir el patrimonio latinoamericano en cada país. En México, la colección se compone de 371 obras de 167 artistas y pone de manifiesto la extraordinaria diversidad detendencias del siglo XX, desde el muralismo de Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros al surrealismo de Leonora Carrington, el abstraccionismo de Pedro Coronel, el realismo simbólico de Ángel Zárraga o el rupturismo de Manuel Felguérez, entre otros.

Por su parte, la Colección Banco Santander, formada a lo largo de 160 años y con un fondo histórico de más de mil obras desde siglo II a.C. hasta nuestros días, se exhibe de manera gratuita al público desde 2006 en un espacio de tres mil metros cuadrados creado exprofeso en su Ciudad Financiera de Boadilla del Monte, en Madrid. El apoyo a la educación y la investigación artística apuntalan una labor de mecenazgo que, en palabras de su presidenta, Ana Botín, busca contribuir al progreso de las personas y las empresas; según la banquera, es necesario conocer y aprender del pasado para enfrentar con éxito los retos del futuro. Numerosas colecciones bancarias cuentan además con talleres propios de conservación preventiva y restauración, lo que da idea de la trascendencia que reviste el asunto.

Colecciones boutique

En otra faz del prisma se encuentra el coleccionismo del sector lujo. Sin las cuantiosas arcas de las empresas tecnológicas o financieras, lo que prima es el sentido boutique. La singularidad de la colección permanente de la Fundación Montblanc es un claro ejemplo, pues fundamenta una trayectoria que desde 1906 ha estado basada sobre el poder de la escritura y de esas grandes historias literarias materializadas con sus estilográficas.

Su CEO, Nicolas Baretzki, defiende el “bagaje cultural y filosófico detrás del arte de escribir”. Elevar los autógrafos de reconocidos autores a creaciones carismáticas no es descabellado si amas a Voltai- Thomas Mann o Agatha Christie; ni protagonizar una campaña global con las rúbricas de figuras icónicas contemporáneas como Albert Einstein o Spike Lee. La Montblanc Haus, su nueva sede en Hamburgo inaugurada en 2022, una obra de arte en sí, ya ha sido premiada. Es una creación de Nieto Soberano Arquitectos, asemeja el histórico estuche negrocarboncillo de la firma con los utensilios de escritura, y reproduce en fachada el relieve montañoso insignia del nombre. Se trata de un cubo rectangular de cien metros de longitud que ensambla elementos de museo, galería de arte, hall de la fama, taller de caligrafía, archivo, academia, cafetería, centro de visitantes y de eventos. Desde allí se gestionan proyectos comunitarios, patrocinios e iniciativas de arte.

En el ámbito de las comunicaciones, la Colección Telefónica está enfocada en el compás transformador del tiempo y la tecnología. Desde que se inició a mediados de los años 80 del siglo pasado, avanza bajo un triple eje de creatividad, innovación y sociedad. Sus setenta mil piezas están divididas en tres grandes bloques: una colección de arte con énfasis en pintura cubista, fotografía contemporánea y artistas españoles de renombre internacional de la segunda mitad del siglo XX; un patrimonio tecnológico que ilustra un siglo de evolución de las telecomunicaciones; y un archivo histórico que atestigua el cambio social que supuso la telefonía.

El universo artístico de Telefónica posibilita que un lienzo cubista de Juan Gris tienda la mano a un antiguo receptor de telegrafía, símbolos ambos de la modernidad e invención de la época. Y ofrecetestimonios vintage de particular emoción histórica, como el teléfono L. M. Ericsson (1913) protagonista de la primera conexión entre España y América.  Si la conectividad inspira a Telefónica, el mundo del motor tiene en el acervo de Mercedes-Benz a uno de los mayores exponentes del coleccionismo corporativo europeo. La colección se fundó en 1977 y está albergada en el museo de la compañía en Stuttgart, con un fondo de tres mil obras de 800 artistas representativos de las vanguardias abstractas del siglo XX, el arte contemporáneo internacional, pintores de la Academia de Stutggart, la fotografía contemporánea, la escultura pública y las más novedosas tendencias. Contiene asimismo un enfoque transversal científico, del diseño y la construcción. Si bien destacan artistas de la talla de Andy Warhol, Keith Haring, Charlotte Posenenske, Andrea Zittel o Cao Fei, el apoyo a creadores jóvenes avala un éxito que, según Renate Wiehager, directora de la colección, estriba en la observación atenta de lo que ocurre en el mundo, la movilidad de las obras y el compromiso con la diversidad, la cultura y la educación.

Apuesta contemporánea

Entre las multinacionales más relevantes y exitosas del planeta sobresale siempre Coca-Cola. La colección de arte de la Fundación Coca-Cola arrancó en 1993, hace tres décadas, y desde el principio hubo un criterio de adquisición doble: la calidad de las obras y el apoyo al trabajo de artistas jóvenes españoles y portugueses, de ahí su condición de Colección Ibérica, informa la empresa. Durante años, la primera adquisición anual en la Feria de Arte Contemporáneo ARCO MADRID correspondía a Coca-Cola, impulsando así el trabajo de autores emergentes que con el tiempo han devenido en figuras relevantes. La famosa compañía ha sido pionera además del comisionado de obra a artistas del momento. Recordemos las maravillosas ilustraciones publicitarias de Norman Rockwell, las icónicas botellas de Andy Warhol o, en este momento, los óleos expresionistas de Steve Penley.

Se trata de un conjunto artístico formado por 404 piezas de 250 artistas en todos los formatos: vídeo, fotografía, instalaciones, pintura, dibujo y escultura. Desde el principio, subrayan en la compañía, el objetivo prioritario ha sido poner la colección al servicio de la sociedad, lo que se consiguió en 2007 cuando se depositaron los fondos en el Domus Artium 2 de Salamanca, abierto al público, así comomediante la organización de exposiciones propias dentro y fuera de España. Entre los artistas de renombre patrocinados por Coca-Cola destacan autores como Jaume Plensa, José María Sicilia, Juan Muñoz, Victoria Civera, Eduardo Arroyo, Helena Almeida, Filipa César, José Pedro Croft o José Manuel Ballester.

De vuelta al escenario mexicano, el caso de la Colección FEMSA, con 1,300 obras de arte moderno y contemporáneo latinoamericano, sintetiza el ideal corporativo del coleccionismo. Luis Felipe Quirós Sada, gerente de Arte y Cultura de la Fundación FEMSA, explica que más allá de una inversión financiera es un patrimonio para las próximas generaciones. La colección ha tenido una divulgación muy importante al ser itinerante, presentada más de 140 veces en doce países, y actúa como embajadora de la monumental riqueza cultural mexicana. Latinoamérica, Estados Unidos y Europa son destinos habituales. Es pues una colección activa que, según Quirós Sada, ha acentuado su sentido social para contribuir a cambios sociales a través del arte.

La Colección FEMSA, que se remonta a 1977 con la creación del Museo de Monterrey, ha evolucionado acorde a los tiempos hacia la diversidad y la inclusión. La multinacional mexicana de bebidas y ventas al por menor, operadora del mayor grupo embotellador de Coca-Cola por volumen de ventas, es un gigante empresarial con enorme presencia en comunidades desfavorecidas mediante iniciativas culturales, educativas y formativas. El arte, de este modo, actúa como correa transmisora de ideas y redes colaborativas que fomentan la cultura entre públicos de enorme diferenciación.

De este modo, en el vigoroso contexto actual, las empresas constituyen un motor determinante del ecosistema del arte, pues favorecen el valor monetario del mismo y retroalimentan el beneficio compartido entre artistas, galerías, marchantes, curadores, asesores, tasadores, aseguradoras… Y a la postre, como destinatario final de la contemplación de tantas obras magníficas, está el ciudadano, que es la apuesta por la democratización cultural y, por ende, la revalorización del futuro.

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