Miguel Bertojo

Tiempo de lectura: 18 minutos

3 noviembre, 2019

 

Tres centros de arte conocidos como Pompidou, Guggenheim y Thyssen. Tres formas de entender la gestión cultural, todas lejos del espacio ascético y contemplativo del clásico museo, cumplen años. Además de consolidar sus respectivos modelos, el tiempo transcurrido no ha hecho sino acreditar el tino de sus filosofías. Atrás quedan las vicisitudes y polémicas de sus proyectos o de sus ubicaciones —tal y como Roberto Rossellini plasmó en un documental que atestiguaba el escepticismo ante la construcción del Pompidou o la demolición, años antes, del vecino mercado central de Les Halles, El Vientre de París, según Émile Zola—, las dificultades de la negociación de unos fondos artísticos o la adaptación de un palacio a sus exigencias expositivas. Peripecias aderezadas en cualquier caso por nombres propios de la arquitectura contemporánea: Renzo Piano, Gianfranco Franchini y Richard Rogers, Frank Gehry y Rafael Moneo.

Centro Pompidou (París, Francia)

El Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, el complejo multidisciplinar apodado por sus detractores Notre Dame de la Tuyauterie (“Nuestra Señora de las Tuberías”) ha cumplido su 40 aniversario superando los cien millones de visitas. Su singular silueta de 42 metros de altura, sin parangón en 1977 —y que otorgó carta de naturaleza al concepto de heterotopía, acuñado por Michael Foucault: el espacio heterogéneo de lugares y relaciones que definen la ciudad contemporánea—, es ya el monumento más reverenciado de Francia dedicado al arte del siglo XX.

Museo Thyssen (Madrid, España)

Georges Pompidou decidió crear este escaparate de las artes populares, la pintura de vanguardia o el diseño en una zona entonces deprimida, apelando a la pasión creativa de sus arquitectos, unos desconocidos entonces, y a su proyecto, que eligió entre los 681 presentados a concurso por su estilo high-tech, sus transparencias, colores vibrantes o sus conductos de traza industrial. A pesar de que Piano, Franchini y Rogers renunciaron a aspectos de su diseño original, el edificio contrasta con la impronta del Barón Haussmann del entorno.

Museo Thyssen (Madrid, España)

La propuesta satisfacía las exigencias, sobre todo de polivalencia para las disciplinas presentes —danza, música, pintura, cine, literatura…— y de espacio para instituciones como el Museo Nacional de Arte Moderno (MNAM), el más grande de Europa, albergue de 120 mil obras entre 1905 y 1965; o el laboratorio de idiomas de su Biblioteca de Información Pública (BIP), en el que es posible aprender gratis más de 250 lenguas. Hasta principios de 2018, el programa de aniversario del Beaubourg —otra de sus denominaciones habituales— incluye 51 exposiciones, conciertos, actuaciones, desfiles, talleres, cabaret o espectáculos en 40 ciudades galas y en 75 lugares asociados, promotores también de innovación cultural y de creación contemporánea.

Los reflejos del nuevo Bilbao

Guggenheim (Bilbao, España)

Aunque sus chapas hayan amarilleado, revelando el paso del tiempo, el Guggenheim bilbaíno sigue reluciendo como el día de su estreno, hace ya 20 años. Pese al rechazo que generó su proyecto —“es imposible complacer a todo el mundo”—, Gehry consiguió que su nombre se asocie para siempre a un edificio escultórico único; que, además, ha contribuido decisivamente a configurar el modelo urbano de la ciudad. Desde su inauguración, en octubre de 1997, el museo pronto superó cualquier expectativa artística o cultural, convirtiéndose en un elemento de dinamismo y de encuentro de instituciones culturales, artistas, galeristas… El edificio de titanio, piedra y cristal es ya un icono de la capital vizcaína. Por sus salas han pasado Alexander Calder, Richard Serra, Louise Bourgeois o Bill Viola.

En 1991, las administraciones vascas contactaron con la Solomon R. Guggenheim Foundation para desarrollar esta infraestructura, integrada en un plan global de regeneración cultural, económica, social y urbanística de Bilbao, que reuniera, conservara arte moderno y contemporáneo, y lo expusiera a una audiencia amplia y diversa. Todo en el marco de una obra de arquitectura emblemática, así como el soporte de una red de museos —propietaria de la totalidad de los fondos Guggenheim—, que fuese un símbolo de la vitalidad de Euskadi. Es imposible decir que el plan les salió a pedir de boca…

El triángulo se cierra

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, denominación propuesta por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, y aprobada por su patronato, recalcando así la condición pública de la colección adquirida por el estado español en 1993 al Barón Thyssen-Bornemisza, celebra su 25 aniversario con jornadas de puertas abiertas y actividades en las que la pintura convive con otras disciplinas artísticas.

Guggenheim (Bilbao, España)

Al día de hoy, se puede decir que 70 de sus obras maestras han salido a la calle mediante pantallas instaladas en las fachadas del palacio de Villahermosa, remodelado por Moneo; se han impulsado iniciativas como una noche gastrotemática con el chef Diego Guerrero, inspirada en un salón renacentista veneciano, o los #DiálogosThyssen, sobre estos 25 años de trayectoria, con personajes de la cultura, lo cual completa un programa aún vivo. El aniversario también ha supuesto la renovación de las webs del museo o de EducaThyssen, así como de su tienda online.

Evelio Acevedo, su director gerente, valora así el impacto del museo: “El hecho de que una colección de la trascendencia de la Thyssen recalase en Madrid ha enriquecido notablemente el patrimonio cultural de España en su conjunto. Aunque el patrimonio nacional es muy rico, las pinacotecas estaban huérfanas respecto a ciertos periodos. Hablo de la segunda mitad del siglo XIX y de la primera del XX: impresionismo, posimpresionismo e impresionismo alemán. Épocas muy prolíficas y decisivas. Aun así, la colección también incluye pintura holandesa del siglo XVII o norteamericana del XIX, sin apenas referencias en España y que otorgan al museo un valor adicional”.

Guggenheim (Bilbao, España)

El Thyssen ha contribuido a la consolidación de lo que ahora se da a conocer como el Triángulo del Arte, en torno al eje del Paseo del Prado madrileño, “como una de las grandes ofertas museísticas del mundo. Un territorio al que se han unido otros actores, como CaixaForum, y que es comparable al National Mall de Washington o la Museumsinsel (o Isla de los Museos) berlinesa”, dice Acevedo.

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Miguel Bertojo

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3 noviembre, 2019

 

Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería  para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman  Capote, Marcel  Duchamp  o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.

Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen  rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.

Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.

Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.

La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.

La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.

Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.

Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.

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