Abraham de Amézaga

Tiempo de lectura: 13 minutos

3 octubre, 2020

 

Wingen Sur Moder es la capital del cristal, del mejor cristal del mundo. Los connaisseurs lo saben: allí están la fábrica, el museo y la casa familiar de Lalique, la firma francesa fundada en 1888 convertida en un icono de la belleza, la perfección y el arte en torno al vidrio. Estamos en el corazón de los Vosgos del Norte, a unos 60 kilómetros de Estrasburgo, capital de la región de Alsacia. El pueblo tiene poco más de 1,600 habitantes y es un remanso de paz.

En el número 18 de la rue Bellevue se instaló en 1920, hace justo ahora un siglo, René Lalique (1860- 1945), el fundador de la marca, a quien se considera el padre de la joyería moderna, por sus vanguardistas diseños, resultado de su obsesión confesa por “crear algo que nunca antes se había visto”. El poeta del vidrio –otra de los calificativos que acompañan su historia–, nacido en la región de Champaña, llegó a la zona procedente de París, donde había comenzado su carrera, con 25 años, como aprendiz de joyero, mientras se formaba, a la vez, en la Escuela de Artes Decorativas de la ciudad, y donde disponía ya de varios talleres tras haberse granjeado una gran popularidad por la originalidad y brillantez de sus piezas.

En Alsacia, una región con una arraigada tradición en el trabajo del vidrio, buscaba precisamente eso: manos expertas que le ayudaran a producir sus últimos diseños, en los que el vidrio se había convertido en el material protagonista tras haberlo incorporado como adorno en sus anteriores creaciones, junto a oros, diamantes, ópalos o parlas. Allí estableció su casa y, un año después, abrió la fábrica.

La leyenda Lalique se concentra ahora en esta pequeña localidad francesa. La fábrica, que creó René Lalique, es ahora la única con la que cuenta la firma conocida como Villa René Lalique y de estilo Art Deco, que se convirtió hace un lustro en un exclusivo hotel de cinco estrellas y centro de peregrinaje para los admiradores de la marca. Con únicamente seis suites, todas decoradas, como el conjunto de las estancias, por los arquitectos de interiores Lady Tina Green y Pietro Mingarelli, lo primero que el viajero encuentra al llegar es un entorno de verde vegetación y un aire listo para depurar pulmones e insuflar un estado de calma y apertura: un auténtico lujo inmaterial.

Por tanto, pura quietud por fuera, y por dentro una refina decoración para acompañar unos elegantes e inimitables espacios. Una escultura del artista Arik Levy –cuenta con otra de mayor tamaño en el exterior– da la bienvenida en el lobby, donde todo –lámparas, muebles, paneles y objetos decorativos– lleva la firma de la línea Lalique Maison, con propuestas creadas por los artesanos de esta institución; piezas en las que el cristal de la casa está presente de la forma más inesperada, como por ejemplo para realzar la presencia de los reposabrazos de los sillones Victoire, que combinan, además, otros materiales como madera lacada y seda. Gratifica saber que los artesanos que han elaborado cada uno de esos cristales se encuentran muy próximos de donde nos hallamos: la fábrica de Lalique se halla a cinco minutos en automóvil del hotel.

Seis suites, como señalamos; todas diferentes e inspiradas en temas representativos de la trayectoria de monsieur Lalique, con muebles a medida: bases de cama, consolas, mesitas de noche, sofás, espejos realizados igualmente para este hotel confidencial. En el baño, el mármol color crema lo cubre todo, y como en el conjunto, cualquier detalle lleva el sello Lalique. En la terraza de la suite Dragon se podrían pasar horas disfrutando del paisaje, por el hermoso entorno: no es casualidad que el nombre de la calle donde se encuentra el hotel sea Bellevue, ‘bella vista’ en español. La suite Hirondelles (Golondrinas), de algo más de 40 metros cuadrados, era originalmente la de René Lalique. En tonos rojos, recuerda a los racimos de uva presentes en los paneles decorativos. Desde su ventana, el fundador de la gran casa del cristal se deleitaba con la vista de los jardines, de auténtica tarjeta postal. Una naturaleza que lo inspiró tanto para hacer realidad sus creaciones, como la fábrica.

El lujo llega hasta el paladar, como comprobamos a la hora del almuerzo y de la cena. Será en el restaurante dos estrellas Michelin y miembro de los Relais & Châteaux, a cargo del gran chef de la región Jean-Georges Klein, que cuenta a su lado con otro grande de la gastronomía, Paul Stradner. “Hemos preparado de cara al centenario de la Villa un menú que recoge algunos de los grandes platos de la zona, pero revisitados al gusto de hoy”, explican a Gentleman.

Tan pronto como nos adentramos en el restaurante, la propuesta del techo de Windfall llama nuestra atención, por sus cristales suspendidos. Apreciamos así mismo otras creaciones que también han sido diseñadas exclusivamente por artesanos de la fábrica Lalique, como los vasos y decantadores pertenecientes a la gama 100 Points, creada por James Suckling, crítico de vinos estadounidense. Objetos que se combinan con los de otras grandes casas, como Christofle, para los servilleteros con incrustaciones de piezas de cristal Masque de Femme (Máscara de mujer), y el pimentero de cristal, así como el salero que había imaginado René Lalique cuatro años antes de la construcción de la casa, y que hace hoy realidad Peugeot.

Si se tiene oportunidad, se recomienda solicitar una visita de la bodega, después del almuerzo o antes de la cena, donde se censan más de 60,000 botellas de diversos orígenes. “La más antigua es un Château d’Yquem de 1865. Y aún se puede beber”, nos cuenta el sommelier Romain Iltis, elegido el mejor de Francia en 2012. La arquitectura del restaurante y las bodegas llevan la firma del suizo Mario Botta, que anteriormente se ocupó del Château Faugères, también propiedad, como Lalique desde el año 2008, del empresario Silvio Denz. Un complejo donde reina la calidad del servicio y que permanece abierto de jueves a martes. La estancia en Wingen sur Moder debe incluir la entrada al museo Lalique.

Inaugurado en julio de 2011, desde entonces lo han visitado más de 450,000 personas. Una hazaña para un establecimiento que se encuentra fuera de los círculos museísticos. Allí se muestran alrededor de 650 piezas, incluidos 230 frascos de perfumes, y pertenecientes a la gama 100 Points, creada por James Suckling, crítico de vinos estadounidense. Objetos que se combinan con los de otras grandes casas, como Christofle, para los servilleteros con incrustaciones de piezas de cristal Masque de Femme (Máscara de mujer), y el pimentero de cristal, así como el salero que había imaginado René Lalique cuatro años antes de la construcción de la casa, y que hace hoy realidad Peugeot.

Si se tiene oportunidad, se recomienda solicitar una visita de la bodega, después del almuerzo o antes de la cena, donde se censan más de 60,000 botellas de diversos orígenes. “La más antigua es un Château d’Yquem de 1865. Y aún se puede beber”, nos cuenta el sommelier Romain Iltis, elegido el mejor de Francia en 2012. La arquitectura del restaurante y las bodegas llevan la firma del suizo Mario Botta, que anteriormente se ocupó del Château Faugères, también propiedad, como Lalique desde el año 2008, del empresario Silvio Denz. Un complejo donde reina la calidad del servicio y que permanece abierto de jueves a martes. La estancia en Wingen sur Moder debe incluir la entrada al museo Lalique.

Inaugurado en julio de 2011, desde entonces lo han visitado más de 450,000 personas. Una hazaña para un establecimiento que se encuentra fuera de los círculos museísticos. Allí se muestran alrededor de 650 piezas, incluidos 230 frascos de perfumes, y se suelen llevar a cabo exposiciones temporales cada año –la próxima, a partir del 26 de junio, en torno al arte de la mesa–.“El universo del perfume es muy importante en la casa y Lalique es esencial en la creación de frascos excepcionales.

Como ejemplo, tenemos el que se creó en el periodo de Marc Lalique, hijo de René, para la fragancia L’Air du temps de Nina Ricci”, señala Anne-Céline Desaleux, responsable de comunicación del museo. Dentro del universo de las joyas, primer oficio del maestro cristalero, como apuntamos, encontramos la Mujer con alas desplegadas de libélula (fabricada alrededor de 1898-1900). Esta joya fue la primera en integrar las colecciones del museo y, como el conjunto de las creaciones que han visto la luz desde hace más de 130 años, ha tenido como fuente de inspiración las tres efes: femme, faune et flore, o lo que es lo mismo, el universo femenino, la fauna y la flora. Tres pilares sin los cuales el mundo sería bien distinto.

FÁBRICA DE SUEÑOS

Si bien el museo puede ser visitado, la manufactura, no. Quienes desarrollan su trabajo en la que es la única fábrica de Lalique en el mundo, conocen la importancia de cada gesto. Utilizan herramientas hechas a mano para dar forma a cada pieza. En el taller Verre Chaud (Vidrio caliente), que impresiona por la temperatura de ciertos hornos –pueden llegar hasta los 1,450 grados–, algunas piezas pasan por 40 etapas. Las más exclusivas, junto a pedidos especiales, son igualmente realizadas en la fábrica, donde cuentan con más de 6,000 moldes.

Una manera de aproximarnos a ella, de descubrirla, sería por medio del museo. En la última parte de la visita, hay una proyección de un vídeo en el que se ven diferentes etapas en la producción, haciéndonos conscientes de un oficio donde la fuerza es esencial, especialmente en algunos de los gestos, donde los operarios –la gran mayoría hombres–, pueden llegar a levantar 40 kilos de peso de cristal fundido para darle las delicadas formas que conforman el universo Lalique.

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