Jean-Luc Godard, la revolución permanente
Subtítulo El último representante de la Nouvelle Vague, revolucionó el cine con un nuevo lenguaje, una nueva mirada en perpetuo inconformismo. Falleció dirigiendo la propia escena de su muerte con un suicidio asistido en su casa de Suiza, a los 91 años.

El último representante de la Nouvelle Vague, con obras como Al final de la escapada, Pierrot el loco o Yo te saludo María, revolucionó el cine con un nuevo lenguaje, una nueva mirada en perpetuo inconformismo. Falleció dirigiendo la propia escena de su muerte con un suicidio asistido en su casa de Suiza, a los 91 años. Detrás queda una carrera que marcó la historia del séptimo arte, con técnicas nuevas, narrativas nunca vistas y un firme compromiso político.

Su s películas dieron nombre a salas de cine como Alphaville. A principios de los años 60 cuando el mundo vivía una revolución cultural él transformó el cine junto a otros directores como François Truffaut, Claude Chabrol o Éric Rohomer que postulaban un cine diferente, con plena libertad de expresión y de técnicas, frente a los convencionalismos de Hollywood. Luchaba contra el imperialismo estético y económico de Estados Unidos, como señalaba.

Iconoclasta, le gustaba romper tópicos, entendió el aire de los tiempos en los años 60 y 70, cambió sus normas. Se sumó a todas las revueltas de la época desde la lucha contra la guerra de Vietnam hasta el mayo del 68. Nació en París en 1930, hijo de una familia franco-suiza de alta burguesía. Rompió con ella, con su compromiso político y su mirada crítica a la iglesia. Creció con el final de la II Guerra Mundial.

Con una de sus obras maestras Á bout de souffle, conocida como Sin aliento o Al final de la Escapada, consagró a Jean Paul Belmondo, le dio un personaje con el que se identificaba el director por su anarquía. Creador vanguardista pero pragmático, declaró: “Tengo una regla que no me ha abandonado: hacer lo que podemos y no hacer lo que queremos, hacer lo que queremos a partir de lo que podemos, hacer lo que queremos con lo que tenemos y no soñar con lo imposible”.

Su última esposa, Anne-Marie Miéville, decía que, por su afán contestatario, habría que escribir sobre su tumba el siguiente epitafio: “Jean-Luc Godard, al contrario”. Estuvo casado con la actriz y cantante Anna Karina (1961-1967), una de las parejas más conocidas de los intelectuales franceses. Después se casó con la actriz Anne Wiazemsky 1967-1979, a quien conoció durante el rodaje de La Chinoise. Su última pareja, fue la directora Anne- Marie Miéville.

Entendió el cine como una forma de expresión elevada al arte. “Hay que intentar hacer una obra que estudie lo que hay entre la gente, el espacio, el sonido y los colores… Joyce lo intentó… Pero se debe hacer mejor”. Para él, el cine era “como un campo de batalla; amor, odio, acción, violencia, muerte. En una palabra: emociones”. Y compromiso político. Pensaba que el cine podría servir para cambiar el mundo. Se acercó al marxismo y al maoismo.

Con una trayectoria de 60 años de profesión y 100 películas hoy su huella en el cine es imborrable. La seducción de un cine improvisado e inspirado con una nueva formade narrar vino acompañada después por el sueño de la solidaridad colectiva y la constante búsqueda de la innovación con televisión, vídeo y documentales experimentales como el de Simpatía por el diablo ilmando a los Rolling Stones. Entre sus obras destaca la película sobre Argelia Le Petit Soldat, (“El soldadito”), 1963, Une Femme est une femme (Una mujer es una mujer, 1961), Vivre sa vie: Film en douze tableaux (“Mi vida para vivir”, 1962), por mencionar algunas de sus cintas. Ganador de más de 50 grandes premios de cine como el León de Oro, el Oso de Oro o el Oscar honorifico, lo que el perseguía no eran medallas si no imágenes, con una propuesta profunda, como afirmaba, “las imágenes nacen del espíritu”.