Texto: ANDREA SILVUNI

Tiempo de lectura: 14 minutos

26 octubre, 2019

 

La conquista del cielo: un sueño del hombre desde la antigüedad, cuando las estrellas suspendidas en la oscuridad de la bóveda celeste eran la única fuente de luz. Para sorprender y recrear emociones que residen en la parte más profunda del ADN del hombre, Rolls-Royce ha ideado una nueva opción para sus autos, que comienza con un precio de diez mil euros y permite a los afortunados dueños de un Phantom o de un Silver Ghost lucir, en el interior de sus autos, las constelaciones y la bóveda celeste de una fecha exacta, que puede ser un o aniversario, por ejemplo.

Starlight Headliner es el nombre que los especialistas del departamento bespoke de Rolls-Royce han dado a esta original  elaboración del revestimiento interior del techo, aquel que en términos técnicos se denomina cielo. Tras haber insertado pequeñas terminales de fibra óptica que van de 800 a 1,340 puntos de luz, esta parte del coche puede brillar como un cielo estrellado.

“El efecto único creado por Starlight Headliner —explican en RollsRoyce— se obtiene adaptando las finas fibras ópticas a diferentes profundidades y diferentes ángulos, para dar a la luz diferentes direcciones e intensidades, exactamente como pasa con las estrellas en el firmamento”. Tras haber diseñado la constelación sobre una estructura rígida, donde se invierten entre 7 y 19 horas de trabajo, se perfora la piel del revestimiento con pequeños orificios (de 800 a 1,600), cada uno calibrado con absoluta atención. Luego se insertan las luces de fibra óptica en los orificios y los especialistas del sistema eléctrico se aseguran que la altura sea correcta, para tener la posición deseada en el lado visible, lista para brillar.

La creatividad —además de las extravagancias—, cuando se habla de conquista del cielo en el interior de un Rolls, no tiene límites. Cuando hizo su debut en 2007, en el interior de un Phantom, con sus 800 luces el Starlight Headliner, fue con la reproducción exacta de las constelaciones que se apreciaban en Goodwood, sede de la casa automotriz, el día del lanzamiento.

 

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26 octubre, 2019

 

Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería  para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman  Capote, Marcel  Duchamp  o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.

Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen  rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.

Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.

Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.

La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.

La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.

Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.

Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.

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