Carlos Semprún

Tiempo de lectura: 16 minutos

2 mayo, 2020

 

No está en lo más alto de la historia de las careras sólo por sus triunfos compitió diez años,  ganó tres títulos de Campeón y pisó el pódium en cinco de los diez campeonatos que corrió, su talento iba más allá. Sus cifras: 41 victorias, 65 poles en 161 carreras. Una de las leyendas del automovilismo.

Su destreza como piloto, su amor a la velocidad, su carácter competitivo, y su rivalidad con la leyenda de Alain Prost, ayudaron a construir el mito. Su técnica, calificada de superlativa hizo que le adoraran los profesionales como los aficionados.  Su valentía y habilidad en la pista mojada no ha tenido réplica en la historia de la Formula 1, volaba cuando llovía.

Enemigo de levantar el pedal, incluso en las curvas, perdió la vida en un trágico accidente en la curva de Tamburello, en el autódromo de Enzo y Dino Ferrari, en el Campeonato de San Marino. En 1994, hace casi 25 años y todavía se recuerda con dolor, con nostalgia por su manera única de manejar y su gran personalidad. Tras su fallecimiento se decretaron tres días de luto en Brasil, y fue enterrado con honores de jefe de Estado.

Pertenecía a una generación de pilotos brasileños entre los que destacó, nombres como Emerson Fittipladi o Nelson Piquet. Chico Landi en los años cincuenta abrió las puertas al universo de la velocidad de los grandes pilotos brasileños, y después de Senna nombres como Rubens Barrichello, Felipe Massa se ha ganado el respeto y la admiración del Gran Circo.

Se recuerdan con cariño sus hazañas de ganar por más de un minuto de ventaja al segundo el GP de Europa en Donington bajo la lluvia o recuperarse de una mala salida en el GP de Japón de 1988 pasando de 14º a 1º en una espectacular remontada.  Un documental sobre su vida nos revela que en un programa navideño con la actriz Xuxa, tras presentarle, y después de compartir confidencias y deseos al oído en prime time, le deseó una Feliz Navidad y un próspero año nuevo. Con la emoción, la presentadora le llenó la cara de labial. A razón de un beso por año: “Feliz 1990, feliz 1991, feliz 1992, feliz 1993…”, quizás, presagio de un 1994, que nunca sería.

Hijo de una familia de clase media, Ayrton era el segundo de tres hermanos. Siempre quiso ser piloto. Con cuatro años ya estaba al volante de un kart. “Quería correr, y por eso prestaba atención en el colegio, para que los deberes no le quitaran tiempo”, afirmaba Doña Neyde, su madre, a la que prometió que dejaría la Fórmula 1 cuando ganara un mundial. Le mintió, “las emociones son como  una droga, una vez que ganas puedes dejar de intentarlo otra vez” señaló. Tenía un gran afán de superación desde su infancia. En una ocasión perdió una carrera de karts bajo la lluvia y se dedicó a entrenar en esas condiciones, acabó siendo el mejor del mundo bajo la lluvia.

Con sus primeras victorias, donde demostró coraje y empezó a retar el imperio de Alain Prost, le convirtieron en ídolo en París, allí atendía a la prensa acompañado de sus padres. “Que Dios le proteja de los peligros”, rezaba su madre. “Nada ha sido fácil”, decía Ayrton, y añadía: “Dios me ha dado esta oportunidad”. Su intensa creencia religiosa jugaría un papel fundamental en su carrera. En una ocasión, en Interlagos, ganó la carrera sin la caja de cambios en las seis últimas vueltas, y su exclamación cerca del misticismo fue, “Dios me lo ha dado”.

Ayrton vivió con pasión el Campeonato de México en los años 90, en 1992 tuvo un accidente en los entrenamientos que le dejaron atrapado en el coche, y antes, en otras ediciones, se pudo ver en directo el apasionante duelo de Alain Prost y Ayrton Senna. Hablaba con Dios en las curvas. Los que le conocen y convivieron en la víspera de la tragedia de Imola, le notaron tenso, “no quiere correr“ llegó a decir el periodista Reginaldo Lemes.

Cuando le preguntaron en una ocasión quien es el mejor piloto al que se ha enfrentado, citó a un rival de sus carreras de karts, Fullerton… Era rápido, constante… Aquello era pura conducción. No había dinero, ni política, solo correr”. Y le brillaban los ojos, recordando esta etapa romántica de sus primeras carreras. El director del documental del piloto Asif Kapadia dijo “Senna representa la figura del héroe clásico”.

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Carlos Semprún

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2 mayo, 2020

 

Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería  para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman  Capote, Marcel  Duchamp  o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.

Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen  rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.

Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.

Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.

La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.

La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.

Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.

Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.

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