Enric Dal Buono / Fotografía: Marc-Oliver Leblanc

Tiempo de lectura: 12 minutos

4 septiembre, 2019

 

Se escribe San Francisco, se lee San Fresco. Porque es, sobre todo, gracias al agua de la bahía, que nunca supera los 15 grados —ni en agosto—, y a su encuentro con la tierra firme calentada por el sol de California, que Napa Valley es un jardín botánico que incluye desde las palmeras de las faldas hasta los robles de las crestas de las colinas. Basta con conducir durante una hora en la dirección correcta y uno ya se encuentra en el desierto. Sin embargo, en esta parte de California pastorean manadas de vacas y rebaños de ovejas.

Y hay viñedos. De cabernet y merlot, de chardonnay y syrah: viñedos por todos lados. Llueve poco, pero en los meses más calientes la neblina de la mañana, que se crea por la diferencia de temperatura entre océano y continente, humedece regularmente las colinas y los altiplanos con mucha dulzura. Sus inviernos y veranos templados y una oscilación térmica promedio entre día y noche de unos quince grados han transformado a este valle, de 40 km de largo y apenas seis de ancho, en la región vitivinícola más famosa de todo Estados Unidos. Todo esto, obviamente, también gracias a la actitud pionera del país.

La multinacional francesa LVMH, y en particular su brazo dedicado a las bebidas alcohólicas, Moët Hennessy, ofrece un tríptico que resume muy bien el potencial de la vitivinicultura local: Colgin Cellars, Newton y Chandon California. Tres historias de pioneros de la fermentación al oeste del Misisipi, de exploradores del American Perlage, de cowgirls capaces de atrapar clientes lejanos como Enoteca Pinchiorri de Florencia y Osteria Francescana de Modena.

Para ser más precisos, los dos restaurantes son clientes de Colgin Cellars. Ann Colgin, texana, y Joe Wender , de Oklahoma, se conocieron en una cata en Beverly Hills en 1997. Un decantador hizo de Celestina y hoy están casados. Él, senior advisor de Goldman Sachs, ya era un coleccionista de vinos, pero Ann es la verdadera alma de la bodega, fundada en 1992. Su misión es embotellar un destilado de la frescura, la mineralidad y los aromas de frutos típicos de Napa Valley. La sede de St. Elena es una finca ubicada entre viñedos de cabernet y syrah, que se asoma sobre el Lago Hennessy. Desde las alturas de la propiedad, en los días claros, se ve el skyline de San Francisco. En los interiores, calentados por una gran chimenea, los estucos dorados.

Ann Colgin, texana, y Joe Wender, de Oklahoma, al mando de Colgin Cellars.

En las mesas de estilo Imperio, racimos de plata, libros Taschen, pelotas ovales y redondas autografiadas por campeones como LeBron James e Iker Casillas. “No invertimos en embajadores para la marca”, nos explica Joe Wender. “Kyle MacLachlan protagoniza un video promocional de la bodega, pero lo hace en calidad de amigo. Tampoco invertimos en publicidad ni en ferias como Vinitaly. Para lo que cuestan nuestras botellas, quiero asegurarme de que quien prueba nuestro vino se volverá nuestro cliente”, nos explica Wender, con el típico pragmatismo estadunidense. Cada año, Colgin Cellars recibe un número limitado de visitantes —alrededor de mil— y también produce un número limitado de botellas, alrededor de 40 mil. Desde el Cariad, que significa “amor” en celta, un tinto Bordeaux-style de buen balance y de excepcional persistencia, al IX Estate Syrah, que evoca los perfumes del alto Ródano, hasta el Tychson Hill, cabernet y sello indiscutible de la bodega. “Los vinos de Napa Valley son cada vez más conocidos, pero el mercado interno todavía es el más importante”, nos dice

Ann Colgin, cabeza de la compañía también tras haber cedido, el pasado noviembre, el 60% de la participación accionaria a LVMH. “Y ahora que aguantamos más, creo que podemos demostrar lo que sabemos hacer aquí con el vino”. También en el caso de Newton, hay que hablar de una pio- nera. Nos referimos a Su Hua, que en 1977 —casi la antigüedad, pensando en términos de tiempos Napa Valley— compró con su esposo Peter Newton, hombre de negocios inglés, la primera milla cuadrada de terreno en Spring Mountain. La leyenda de la empresa cuenta que justo entre estas cuestas cubiertas de helechos y robles se cayó de su caballo. Y se dice que: She fell… in love with this place. — “cayó enamorada… de este lugar”—. El objetivo, en ese entonces declarado y hoy alcanzado, era reproducir en California un vino con los estándares de calidad de los vinos franceses.

Pauline Lothe, joven productora de vino de la bodega Chandon California.

“A este puente sobre el Atlántico se le agrega un segundo sobre el Pacífico, hacia Asia”, explica Alberto Bianchi, milanés y jefe de enología. “Aquí todo ha sido creado en armonía con el entorno, siguiendo la filosofía oriental de Su: si cuidas a la naturaleza, la naturaleza te cuidará a ti”. Las fincas han conseguido la certificación de sostenibilidad ambiental Napa Green. La bodega está enterrada en un 80%. Un sistema de tanques almacena las lluvias del invierno para la irrigación del verano, preservando los acuíferos del valle y reduciendo la cantidad de energía usada en el cultivo. Al mismo tiempo, los tanques actúan como presas naturales: previniendo la erosión del suelo operada por los arroyos cercanos y protegiendo el hábitat y la ictiofauna indígena.

La cumbre de la propiedad supera los 500 metros de altura: la pareja de fundadores ha sido entre los primeros empresarios de Napa Valley en plantar en altura, atraídos por la concentración de climas y terrenos diferentes de la región. Hoy en día se embotellan también cabernet sauvignon, merlot y pinot nero. Sin embargo, prefieren el chardonnay no filtrado, madurado en barriles de roble francés pero fermentado con levaduras autóctonas. Esta variedad de vino blanco se ha quedado, también después de la adquisición por parte de LVMH en 2001, y representa el símbolo de Newton.

Susan Caudry, administradora de la propiedad de Chandon California. Empezó su carrera profesional en Vogue Australia.

En el jardín de rosas de la finca de Yountville, la administradora de la propiedad de Chandon California, Susan Caudry, que empezó su carrera en Vogue Australia; mira las nubes llenas de lluvia y nos dice: “Lo lamento por los visitantes, pero nos alegra porque somos agricultores”. Si en la región francesa de Champagne los días soleados en promedio son 165, en Napa Valley son hasta 300. Sin embargo, John Wright, pionero californiano del perlage, cerró un trato con el presidente de Moët & Chandon, Robert-Jean de Vogue, en el lejano 1973, con la visión de embotellar el primer vino espumoso del valle. El método elegido, la champaña. “En los setenta, aquí había sólo campos, no había nada”, nos explica Susan, indicando los lados del sendero: por un lado, viñedos de chardonnay, por el otro cabernet-sauvignon, más macizos y llenos de nodos. “Pero al construir la finca, para no alterar el paisaje, hemos usado sólo rocas de la región y talado sólo tres robles”, agrega.

En su cumpleaños número 45, Chandon California propone un Blanc de Noirs en edición limitada inspirado en el primer vino comercializado por la bodega. “Nuestro sello el Brut Chandon, con uvas chardonnay, pinot noir y meunier, es brillante y huele a California”, dice Pauline Lothe, joven productora de vinos, originaria de la región de Champagne, en Francia. “En esta edición limitada he acentuado el carácter del pinot noir y cambiado los aromas de frutos con hueso con los de frutos rojos”.

Alberto Bianchi, milanés y jefe de enología de Newton.

El objetivo histórico de la empresa no es replicar la champaña, sino crear burbujas exquisitamente californianas. “Un vino accesible y con aromas a fruta”, nos explica Susan Caudry. “Más adecuado para un coctel y el gusto de Estados Unidos”. Y en el país, el mercado de las burbujas está experimentando un rápido crecimiento, con 25 millones de botellas vendidas cada año y el 70% de los restaurantes que sugieren vino espumoso en la copa. ¿El pionero de esta moda efervescente de estrellas y rayas? “Su Prosecco, que ha hecho un trabajo extraordinario con su marca”, termina Caudry.

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