José María López-Galiacho / Ilustración: Fernando Vicente

Tiempo de lectura: 9 minutos

30 marzo, 2022

 

Al igual que en el periodismo, en el mundo de la sastrería existe mucho intrusismo. Hoy por colgar en la puerta de una tienda el cartel de ‘Sastrería’, se da por hecho que dentro hay un sastre. Y en ocasiones, demasiadas, esto no es así. Toca entonces separar el polvo de la paja.  Pero ¿qué es un sastre?

Un sastre es alguien que sabe tomar medidas, pero medidas que van mucho más allá de un largo de pantalón o de una manga. Es capaz de identificar con su ojo esa variación de cadera, ese hombro caído, esa pierna algo arqueada y todas esas pequeñas imperfecciones que todos, sin excepción, tenemos. Y, además, sabe reflejarlas en el patrón. Porque sin patrón no hay sastrería. En definitiva, es su experiencia y pericia con la aguja la que le permite ocultar los defectos de su cliente y resaltar sus virtudes. El sastre, al menos el de verdad, hace un patrón a cada uno de sus clientes y no le adapta patrones estandarizados. El sastre pasa en su taller, no a kilómetros de este, ese patrón a la tela y posteriormente corta a tijera la tela. Y todo ello sobre la mesa de trabajo que, por supuesto, preside toda sastrería de prestigio.

Con todas las partes de la prenda ya cortadas (mangas, delantero, espalda, etc.), sus oficiales y costureras hilvanan la prenda. He aquí dos términos que terminan de separar el polvo de la paja: ‘hilvanes’ y ‘taller’. Si en la primera prueba de su traje, abrigo, esmoquin, etc, la prenda no le es probada llena de hilos y con las partes apenas sujetas, es decir, hilvanada, dude de la autenticidad de su ‘sastre’. Igualmente, si en el interior de su sastrería no hay un taller donde se afanen con la aguja unos cuantos profesionales, desconfíe, si cabe, más. Porque una sastrería sin taller no es sastrería. Cierto que hoy, partes como los pantalones, se externalizan a profesionales que trabajan desde casa. Pero esto no quita que haya un taller donde se piquen solapas, se hilvanen las prendas, se preparen las pruebas o se adapten los cambios.  Dicho de otra forma, si su traje no se encuentra durante todo el tiempo de confección en su sastrería es más que probable que esté siendo confeccionado en una cadena de montaje o a gran distancia de donde le tomaron medidas.

Un sastre es un artesano y el concepto de artesano va mucho más allá de saber entallar una chaqueta. Un sastre no vende trajes, los trae a la vida de la nada y, además, solo ayudado de su tiza, su tijera, sus hilos, sus manos y el buen hacer de sus costureras. Un sastre sabe confeccionar un traje, pero también un capote de caza, un uniforme de gala, un chesterfield o un traje de corto. A un sastre no le valen solo unas nociones de costura para colgar el cartel de ‘Sastrería’. Un sastre debe formarse como en cualquier otra profesión. Pero al contrario que en la mayoría de ellas, en la de sastre, además de la teoría, se requiere de muchas horas, años, antes de ponerse delante de un cliente, tomarle medidas o picarle unas solapas. Y lo que no es menos importante: esos años deben transcurrir bajo la mirada y la batuta de un sastre experimentado y sobre una incómoda silla baja aprendiendo a coser. 

La confección de un traje artesanal, esto es cortado a medida y cosido a mano, conlleva una media de cincuenta horas además de al menos dos pruebas intermedias. En estas pruebas, mucho más allá de establecer un largo de pantalón, el sastre se asegura de haber salvado las posibles imperfecciones de nuestro cuerpo y, ayudado por los años de experiencia, disimularlas. El cliente experimentado sabrá diferenciar un traje artesanal de otro de sastrería industrial, sastrería esta última donde es la máquina, y no la mano del sastre, la principal responsable del resultado final del traje. El bonito vuelo de unas solapas, vuelo que solo el picado artesanal puede conseguir, el cosido manual de los hombros y, sobre todo, el aire elegante y estiloso que solo la mejor sastrería artesanal puede conseguir serán los que terminen fijando la frontera entre el sastre de verdad y un aspirante. Y no es tema de poca importancia, cuando se lo entreguen pregunte cuánto vale su traje y no cuánto cuesta. Sencillamente un traje de sastre vale, uno industrial solo cuesta. Y recuerde: ni el practicante es médico, ni el monaguillo sacerdote.

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