El mejor guitarrista de la historia falleció hace diez años en México. No dejó huella, sino una escuela y un legado imborrable. Nueva York ha rendido durante una semana tributo a esta estrella de la guitarra y su legado inmortal. Time Square amaneció el 25 de febrero con imágenes gigantes de Paco de Lucia y por toda la ciudad se escuchaban los acordes que le invocaban, Carnegie Hall, el Town Hall, el Symphony Space, Le Poisson Rouge, el Little Spain Market, la Fundación Ángel Oresanz o el Instituto Cervantes. En la Gran Manzana, más de 30 estrellas del arte flamenco se han sumado a este homenaje a una estrella que marcó una época.
Nueva York le abrió las puertas cuando iniciaba su carrera y apenas era un niño, eso sí, prodigio. Se cumplen diez años de la desaparición del mayor guitarrista de todos los tiempos, enamorado de México, en Cancún tocó sus últimos acordes, y hoy el mundo le muestra su admiración, un artista irrepetible. Nacido en Algeciras, en 1947, al sur de España, su hermano empezó a darle clases, pero pronto fue al revés, aunque Paco era nueve años más joven.Tímido, callado, se parapetaba tras su guitarra y con su sonido hacía volar al público. Uno de sus compañeros de escenario, Juan Manuel Cañizares, reconoce que tocar con él “era mucha responsabilidad porque hablamos de unos niveles musicales de relojero, niveles milimétricos del ritmo”. Elevó la guitarra flamenca a una altura sin precedentes.
Mezcló el sonido de flamenco con el jazz, la música brasileña y la cubana, incorporó instrumentos como el cajón peruano, el saxo o la flauta, he hizo universal el cante jondo. Sobre el escenario los artistas que le acompañaban no paraban de aprender. “Cada noche era una masterclass”, explica Juan Manuel Cañizares. En 2004 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Artes. El jurado decidió otorgarle este premio al considerar que “todo cuanto puede expresarse con las seis cuerdas de la guitarra está en sus manos”.
Entre 1969 y 1977, Paco de Lucía y Camarón de la Isla grabaron nueve discos que se consideran como la época dorada del flamenco. Son ellos, con su gracia, sentimiento y arte con la guitarra en el centro, los que lograron que el cante jondo se globalizara. A mediados de los setenta forjó una banda única con sus hermanos, Pepe de Lucía y Ramón de Algeciras, y los jóvenes Jorge Pardo, Carles Benavent y Rubem Dantas. En una entrevista, Paco de Lucía definió la raíz del éxito resonante del dúo con Camarón en una frase: “Mi sueño siempre fue ser cantaor, mientras que el de Camarón fue ser guitarrista”.
De esta época son los éxitos que se replicarían durante años como “Entre dos aguas” y “Fuente y caudal”, que fueron conquistando los oídos no solo de los expertos flamencos, sino de todos los amantes de la buena música. Las notas de Paco de Lucía trascendían sus raíces, Andalucía y todo su universo, desde Japón hasta Cuba el sonido de sus cuerdas emocionaba. Rompió la ortodoxia del flamenco, era un revolucionario, flautas, saxo, cajones, sonidos nuevos poblaron su música, y como eje de ese universo, una guitarra maestra insuperable que tocaba con instinto, como poseído por un don sobrenatural, capaz de sacar el rumor del agua de las cuerdas de su instrumento. Blues hindú, bossanova , toda la música le enriquecía. Su madre, Lucía “la portuguesa” que marco su vida, también le dio su nombre artístico, era el contrapeso dulce de un padre estricto. Uno de los hombres más influyentes del siglo, nos dejó hace diez años, pero su guitarra no dejará de sonar.
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