ENRICO DAL BUONO

Tiempo de lectura: 10 minutos

15 marzo, 2024

 

El jueves previo al fin de semana de celebraciones por el centenario del hotel La Mamounia, clasificado en sexto lugar en el ranking de The World’s 50 Best Hotels 2023, la atmósfera está suspendida, casi preapocalíptica. Se puede escuchar el estruendo de las fuentes en el centro de las columnatas, así como el goteo de los grifos de latón frente a los mosaicos blancos y verdes. Grupos de camareros con libreas grises hablan en las esquinas. Debido a la distribución, solo está abierto el bar Churchill, nombrado así en honor de quien fue uno de los muchos huéspedes ilustres del hotel, el cual acaba de ser renovado y purificado del peso de su historia. La policromía de la Medina, con sus alfombras, especias y humanidad, se sublima gracias al juego de luces que se crea entre las botellas detrás del mostrador ovalado.

 

Caminando por los jardines de rosas y olivos, se escucha taladrar hasta altas horas de la noche. En los bordes de los caminos se apilan los tablones de madera que formarán el escenario, madejas de cables, las cajas de aluminio que albergan los equipos para los sistemas de sonido. Otros taladros están en acción en los andamios de la ciudad vieja, erigidos después del devastador terremoto que afecto gravemente a los pueblos del Atlas y ha sido suficientemente indulgente con Marruecos para reparar grietas y sostener las estructuras. Ambos tipos de obras tienen el mismo objetivo. Aquí se dice: “Dos riquezas vienen del cielo: las lluvias que dan frutos y los aviones que traen turistas”.

Las invitaciones para las noches de viernes y sábado se guardan dentro de una réplica en miniatura de un riad en los escritorios de las habitaciones. Junto a ella, una estatuilla antropomórfica con un manto largo de color rojo y oro. Su dulce pigmento se queda en los dedos. De hecho, la escultura está hecha de chocolate: un homenaje de La Mamounia a su personal de custodia tradicional, conocido como bawab en la lengua darija, símbolo de bienvenida y mascota del centenario. En el desayuno, señoras mayores saludan a los camareros por su nombre mientras disfrutan de la abundante variedad de frutas en el buffet. Tras la reciente renovación, las ventanas del bar Majorelle que dan a los jardines se han iluminado para permitir que la luz de África se refleje en el mármol blanco de las mesas y el negro de los suelos. La renovación, formada por el Studio Jouin Manku y fiel al diálogo entre las influencias bereberes y el estilo art déco original, refleja el constante proceso de internacionalización de Marruecos, que cada año atrae a millones de turistas de todo el mundo, y ahora cuenta con un nuevo restaurante asiático y un nuevo restaurante italiano, además del marroquí.

El hot spot de la zona, traducido en el lenguaje del lujo, cobra vida en La Mamounia. Los viernes por la noche, entre las erres flojas que sugieren que la mayoría de los huéspedes son francófonos, los ambientes se colorean del blanco y negro de los hombres de esmoquin y de los vestidos plateados y brillantes de las violinistas que ofrecen un concierto frente a una cortina roja, evocando el resplandor de la nueva lámpara del centenario. En el centro del vestíbulo, del techo piramidal cuelgan dos collares de plata y perlas de vidrio: un homenaje a las mujeres bere- beres y sus joyas tamazight, transmitidas de generación en generación. Cuando las violinistas levantan sus arcos, se abre el telón sobre una mesa de 350 asientos que se extiende entre los olivos centenarios del parque, a lo largo de 120 metros. Los platos del chef Jean-Georges Vongerichten, de inspiración italiana con toques marroquíes, no se preparan en las cocinas del hotel, sino en las estructuras instaladas ad hoc en las canchas de tenis cercanas para garantizar que los platos lleguen calientes. Tras la actuación del pianista francés Sofiane Pamart y los macarons del pastelero Pierre Hermé, la brigada de uniformes blancos marcha alrededor de la mesa para recibir los aplausos. El sábado por la noche, punto culminante de las celebraciones, los más de 2 mil invitados son recibidos en la alfombra roja, bajo los arcos moriscos de la entrada, por una banda tradicional con fez rojo.

Los esmóquines occidentales se mezclan con caftanes de gala y vestidos largos, que las mujeres levantan sobre sus caderas al subir las escaleras, y aquí y allá se combinan con hiyabs. Los broches brillantes que sujetan los moños de seis modelos, como estatuas ecuestres, reflejan la luz de la lámpara central alrededor de una bañera con una superficie de vidrio arenado a mano. Los puestos de comida y bebida serpentean a través de los jardines de rosas del parque y las actuaciones itinerantes de una banda de vientos siguen las líneas melódicas de la música que suena por los alta- voces. Las frondas de las esbeltas palmeras, que se elevan sobre el esce- nario preparado para el aniversario, susurran al viento entre los espías verdes de los drones. El director de la oficina nacional de turismo de Marruecos, Adil Fakir, pronuncia un discurso entre dos gigantografías del rey. La Mamounia fue fundada por la Compañía de Ferrocarriles de Marruecos en 1923, en el frutal de 13 hectáreas que en el siglo XVIII el sultán Mohammed Ben Abdallah otorgó a su hijo como regalo de bodas. A continuación, Fakir conmemora a las víctimas del terremoto y destaca la generosidad de las donaciones de los invitados para apoyar a la región y a la ciudad que albergan La Mamounia desde hace un siglo.

 

Porque el hotel también es huésped de algo más grande. En las pantallas gigantes del escenario se proyectan imágenes de los invitados más ilustres de los primeros cien años de actividad: la figura de Churchill con un puro en la boca, Hitchcock involucrado en el rodaje de El hombre que sabía demasiado, y luego Franklin Roosevelt, Charles De Gaulle, Nelson Mandela, Charlie Chaplin, Marcello Mastroianni, Francis Ford Coppola, hasta Tom Cruise y Nicole Kid- man, Sharon Stone y Gwyneth Paltrow. Entre las danzas conceptua- les del coreógrafo Sadeck, las atávicas canciones bereberes de Cherifa y un big bang de fuegos artificiales, Mika, libanés naturalizado británico, ofrece un concierto sorpresa, baja del escenario y actúa en medio de esa misma élite cosmopolita, formada por estilistas, curadores, artistas y diseñadores, que a lo largo de las décadas han dado forma a la vida de Marruecos y de su privé, La Mamounia.

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