Javier Fernández de Angulo

Tiempo de lectura: 16 minutos

7 octubre, 2019

 

Un trabajo legendario, casi sagrado. Algo único, que requiere de manos sabias, persistentes, que aman lo que hacen, que juegan con el tiempo y despiertan los sentidos, con paciencia y sabiduría de siglos. Tradición que crea joyas contemporáneas que iluminan el alma. Piezas con las que el calendario juega a favor.

¿De qué hablamos, de vino o de relojes? De ambos. Gracias a la magnífica iniciativa de Vacheron Constantin —el fabricante de relojes más antiguo en funcionamiento continuo— para acercarse a la bodega más antigua de América y unir estos dos mundos de excelencia y precisión.

  

La firma crea, innova y se reinventa constantemente a la par de mantenerse fiel a las más puras tradiciones de la alta relojería por más de 260 años. Con talento y visión, durante dos siglos ha sabido incorporar a sus piezas medios técnicos, aportaciones estéticas y creaciones artísticas que se han sumado a la leyenda. La maison hoy tiene el reconocimiento y el respeto de todos los relojeros y amantes de la alta relojería del mundo.

Hace un año tuvimos ocasión de cruzar la mítica calle de Los Beatles, Abbey Road, que nos acercaba a la leyenda de la música que cambió la historia. Hoy el mundo de Vacheron Constantin se nutre de inspiración para transmitir bajo exclusivas experiencias el espíritu de One of Not Many, con el que se presenta su colección Fiftysix. Una de ellas fue el Estudio 13, toda una joya para los amantes de la música. Más recientemente, han anunciado, para nuestros amigos gourmets y apasionados de la excelencia, una aventura con Casa Madero.

Desde su fundación en Ginebra, en 1755, Vacheron Constantin ha estado muy cerca del espíritu del viaje, en tiempos en los que los desplazamientos eran una aventura de final desconocido. Compañero de caminantes, viajeros, peregrinos, pilotos, navegantes, aventureros, Vacheron Constantin estuvo a su lado, para guiar con sus guardatiempos, para orientar y respaldar su osadía y su experiencia. Esta vez, la maison nos lleva al norte de México, a la bodega más antigua de América en el Valle de Parras en Coahuila, al norte de la República Mexicana. La Corona española quiso compartir su experiencia de siglos en vino y plantar vides, una bebida sagrada que había nacido junto a iglesias y conventos. En 1597 se estableció la bodega de San Lorenzo.

Ese mismo año, el rey Felipe II de España autorizó una concesión de tierras con el propósito de plantar vides para producir vino y brandy, estableciendo así Bodegas de San Lorenzo. Hoy ese sueño sigue vivo. Cosecha tras cosecha, continua con un prestigio que no tiene fronteras, tanto en vino tinto como blanco o rosado. Más de 800 premios y medallas tienen sus etiquetas y, sin duda, es de los vinos más prestigiosos en el mundo. La familia Madero compró la bodega en 1893. Hoy, los hermanos Daniel y Brandon Milmo, descendientes de quinta generación de la familia Madero, dirigen la bodega.

Dos mundos: grandes bodegas y alta relojería, que buscan la excelencia, saben que el tiempo juega a su favor y, por unas jornadas, sus horizontes se unieron en el norte de México en un homenaje a las sabias tradiciones que saben innovar, al culto a las cosas bien hechas y la unión de precisión con pasión.

Para celebrar la asociación con Casa Madero, Vacheron Constantin viajó al viñedo de Parras para presentar los relojes icónicos de la maison. Entre copas y viñedos saboreamos en cata perfecta el Overseas Calendario Perpetuo Ultraplano con bisel de fases lunares, carátula en oro rosa, terminada en tonos azules, correa de piel de nobuck y hebilla en oro rosa. La carátula muestra índices horarios con manecillas también en oro rosa. Hay una versión en caja de oro rosa con carátula en tonos plateados.

De la colección Fiftysix disfrutamos del Calendario Perpetuo de acero inoxidable y carátula azul con numeración arábiga y material luminiscente. La versión fechador con carátula en gris opalina y números en oro rosa. Más sencillo el modelo Patrimony Manual y el legendario Históriques American 1921, con horas minutos, segundos. Un patrimonio sin igual el de Casa Madero y Vacheron Constantin, que nos invitaron a brindar por lo sublime, un privilegio de unos cuantos, one of not many.

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Javier Fernández de Angulo

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7 octubre, 2019

 

Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería  para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman  Capote, Marcel  Duchamp  o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.

Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen  rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.

Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.

Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.

La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.

La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.

Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.

Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.

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