Apenas unos meses después de su lanzamiento, Hans Wilsdorf proclamaba en público que las virtudes de la caja Oyster, que Rolex había llevado al mercado en 1926, lo convertían en “la invención más importante de los últimos años en el ámbito relojero”.
El tiempo ha demostrado que su apreciación se quedó corta. La caja Oyster no sólo no perdió vigencia, sino que sigue siendo la base en la que la firma ginebrina da forma a sus cajas y a un principio básico de hermeticidad que es parte de la realidad de la relojería.
En aquella época, el binomio Rolex-Hans Wilsdorf era imposible de disociar, fue una revolución jamás vista en relojería y anticipó lo que iba a ser el reloj de pulsera. No hay que olvidar que lo primero que hizo Wilsdorf fue plantear una necesidad que tenía que ver con la cronometría, con la precisión.
En 1910, un reloj de pulsera Rolex se convirtió en el primero en obtener un certificado de cronómetro emitido por un organismo oficial de control en Suiza y, durante esa década, quedaron otros registros como el certificado de clase A del Observatorio de Kew en Gran Bretaña. Con esto había vencido la primera de las dudas que se cernían sobre el reloj de pulsera cuando se le comparaba con el reloj de bolsillo, entonces mayoritario.
El siguiente aspecto era la hermeticidad, pero no planteada como ahora, alrededor de la capacidad para la inmersión —entonces no era un factor determinante en la relojería—, sino referido al polvo y la humedad, los grandes enemigos históricos de los movimientos y de la regularidad de marcha de los relojes.
El carácter visionario de Wilsdorf era tan avanzado como la solución que iba a implementar con una caja dotada de un sistema patentado de bisel, fondo y corona enroscados. O lo que es lo mismo, Rolex había abierto la puerta a la popularización del reloj de pulsera con su caja Oyster herméticamente sellada. Ya no era necesario quitarse el reloj en el trabajo o en una rutina tan natural como lavarse las manos, acciones prohibidas con anterioridad. Pero había algo más, el Oyster representa un concepto relojero completo que abarca la caja y el movimiento y que nace para mejorar el rendimiento cronométrico. Por eso la afirmación casi exultante de Wilsdorf sobre su invención, pues garantizaba una hermeticidad fundamental en el avance de mantenimiento de la precisión.
El origen de un nombre
Aunque el agua no era el elemento prioritario de protección, el dueño de Rolex decidió que la ostra diera nombre a la innovación. Años después ofrecería una explicación convincente a esta elección: “El hecho de que una ostra pueda vivir en el agua por un tiempo ilimitado sin sufrir daños en su organismo me inspiró ese nombre”. No sólo eso, el agua fue el primer elemento que empleó para popularizar la invención. Para convencer al público de su hermeticidad, mandó instalar acuarios en los escaparates de los minoristas de la firma con un Oyster sumergido en medio de plantas acuáticas y peces dorados.
En 1927, Hans Wilsdorf fue más allá y entregó un Oyster a la nadadora Mercedes Gleitze para su travesía a nado del Canal de la Mancha. Más de diez horas después, el reloj salió del agua funcionando a la perfección. Rolex había marcado el inicio de una era que ha ido construyendo una filosofía y un estilo. Y, por supuesto, superándose con objetivos y propuestas cada vez más avanzadas.
El siguiente paso que dio la marca se centró en el hecho de que, como a todos los relojes de aquella época, había que dar cuerda al Oyster con regularidad para proporcionarle la energía necesaria para su funcionamiento. Esto implicaba desenroscar la corona hermética, causando una brecha entre el exterior y el interior del reloj por la que se podían infiltrar la humedad y las impurezas. Para culminar el concepto Oyster y garantizar un entorno verdaderamente hermético había que solucionar ese inconveniente. La solución era encontrar una forma en la que el reloj pudiese dar cuerda al movimiento por sí solo.
A partir de 1931, Rolex depositó una serie de patentes sobre un mecanismo de cuerda automática con rotor libre, denominado Perpetual, que se convertiría en el paradigma de reloj automático para la compañía, pero también la solución adoptada por la relojería. El funcionamiento es sencillo y sobre todo muy eficaz: la cuerda del reloj se carga con el uso; un simple movimiento de muñeca hace girar el rotor y arma el muelle de barrilete de forma constante, garantizando una mayor regularidad y mejor precisión.
El rotor Perpetual constituyó la culminación del concepto del Oyster, ya que mejoró precisión, hermeticidad y fiabilidad. Había nacido el prototipo de reloj moderno y el paso del tiempo no ha hecho mella en él. En gran medida porque ha ido evolucionando a través de distintas colecciones que no sólo forman parte del portafolio de la marca, sino que tienen una participación estelar en el olimpo relojero. Y, por supuesto, la caja Oyster sigue siendo el mejor contenedor de las innovaciones de Rolex.
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Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman Capote, Marcel Duchamp o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.
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Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.
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Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.
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