Nos esperan fiordos majestuosos, cascadas, paseos en tren, tirolesas, algunas de las mejores mesas gourmet del mundo y una navegación privilegiada en uno de los buques estrella de Silversea. Después de cada excursión por estos paisajes incomparables, nos aguarda un cálido camarote, para confirmar que no era un sueño por el cielo y el mar, con un sol que no te deja de acompañar, que ilumina hasta las noches. La naturaleza se muestra en estado puro y en invierno pronto mostrará su autoridad, en estas tierras congeladas en su belleza.
Puesta de sol en Honningsvåg
Después de dejar Honningsvåg, la ciudad más al norte de Europa, el capitán pone rumbo a Hammerfest; estamos dentro del círculo polar ártico en una ciudad con 2 ºC de temperatura media al año. A pesar de eso, es uno de los asentamientos humanos más antiguos del mundo. Por aquí se han vivido las guerras napoleónicas y la Segunda Guerra Mundial, pero señala con orgullo la ciudad que fue la primera de Europa en tener luz eléctrica en las calles. La urbe nos recibe con su puerto, casas coloreadas y montañas imponentes. Pesca y navegación son actividades cotidianas.
Las excursiones empiezan con un ambiente soleado, pero cuando cae el sol conviene ir bien equipado. La iglesia, con una gran cristalera y original planta es uno de sus monumentos más destacados. El oso polar forma parte de los símbolos de la ciudad y el invierno duro se adivina. Afortunadamente, nos espera el Silver Spirit, con una cuidada coctelería que nos recuerda que hay hielos acogedores, como los que se ahogan en un whisky single malt.
Vista aérea de Hammerfest
Nos preparamos para una travesía tranquila hasta llegar a Ålesund. Día de navegación con cielos rojos que se asoman al caer la tarde por el balcón del camarote. Cartas, juegos, deporte, gimnasio, música. El sol nos acompaña hasta la hora de la cena y la llegada a Ålesund nos indica que es un puerto atractivo: vemos un velero majestuoso con un mástil de cinco crucetas y un ambiente marinero singular. No en vano la ciudad está construida sobre siete islas y fue capital del arenque.
Aquí se nota el cuidado por la gastronomía, por la estética con sus casas elegantes y coloridas. Sorprende en su arquitectura las numerosas casas de estilo art nouveau, que tienen una explicación. En 1904, un incendio destruyó el centro de la ciudad y sus viviendas. Fue devastador y el emperador Guillermo II, que veraneaba por la zona y apreciaba sus tierras, envío cuatro barcos para construir casas y barracones. Después se diseñó y reconstruyó la ciudad con el estilo art nouveau en las siluetas y materiales de las casas.
Arquitectos de Noruega y Alemania crearon esta ciudad nueva a principios del siglo XX. En sus canales se asoman casas palaciegas, viviendas que recuerdan a Ámsterdam, rodeadas de agua y coloridas casas. Parece un cuento de hadas. La ciudad se contempla muy bien desde su mirador, se aprecia el casco antiguo y el fiordo en toda su inmensidad. Tierra de buen bacalao. En el barco nos esperan variados restaurantes que forman parte de las señas de identidad de Silversea, que da a la gastronomía un valor primordial.
Ya vamos navegando por la costa sur de Noruega, la naturaleza es menos hostil y hay más turismo. Nuestro próximo puerto es Flåm, un lugar atractivo para los viajeros desde el siglo XIX. Su paisaje es asombroso: recorres en barco sus fiordos y tiene un tren de montaña pintoresco, el Flåmsbana. No es el Orient Express, pero no hace falta.
Con todo el sabor de los antiguos trenes recorre 20 kilómetros de subidas, curvas y espirales. Disfrutar de un paseo en tren en el corazón de los fiordos es una experiencia única. Estamos al fondo de uno de ellos, con lenguas de mar que se meten en el continente, casi tierra adentro, donde el agua atraviesa montes y campos. El pequeño pueblo de Flåm nos acoge. Subiendo en tren apreciamos ríos y cascadas asombrosas. Algunas con espectáculo de danza, entre el ruido del agua salvaje y las notas musicales noruegas.
Para los más aventurados, en lo alto de la montaña, con un gran desnivel de 900 metros, hay una tirolesa. Ahí fuimos a vivir sensaciones, y bajamos casi un kilómetro de desnivel entre cascadas y granjas, catedrales musicales de la naturaleza. Hay quien dice que es el viaje en tren más hermoso del mundo, acompañados por laderas de montañas y torrentes. Del minúsculo pueblo de Flåm, pasamos a Bergen, la segunda ciudad más grande de Noruega. Ya estamos cerca del mar del Norte.
La parte antigua de la ciudad está en la parte norte de la bahía de Vågen. Es donde se encuentra el Bryggen, una serie de viejas casas de madera de principios del siglo XVIII, producto de la reconstrucción de la ciudad tras un incendio en 1702. Sus casas de colores alineadas a orillas del fiordo son patrimonio de la humanidad. La iglesia neogótica es uno de los puntos más altos de la ciudad. Gastronomía, aquí, se escribe con mayúsculas. Las vieiras gigantes, los erizos de mar color rosa o la langosta azul. Aquí tiene su cocina Christopher Haatuft, uno de los chef más reconocidos de Noruega. Sabe todo sobre la cocino neofiórdica. Aquí, el culto al mar va del pulpo a la hamburguesa de pescado.
Estamos en la ciudad de la postal perfecta. Tras recorrerla volvemos a nuestro buque, la catedral del mar, ese palacio que nos alberga. Es la ciudad de la postal perfecta, tras su recorrido volvemos a nuestro buque, la catedral del mar, ese palacio que nos alberga cada noche en sus salones palaciegos, hemos dejado la ciudad que es puerta del recorrido de los fiordos. Tenemos cena con el capitán, pero el deber le manda al puesto de mando para conseguir una navegación sosegada y evita que el barco se mueva más de los previsto. Al día siguiente el propio capitán se disculpa personalmente con los invitados a su mesa. Un detalle de profesionalidad.
La ciudad de Aurlandsfjord
El próximo puerto es el fin del destino, nada menos que la ciudad de Copenhague. Llegamos a la capital de Dinamarca, nos espera con su hospitalidad la mítica sirenita, y su espléndido Tívoli, aquí está también uno de los mejores restaurantes del mundo Noma El canal del puerto es uno de los más espectaculares del mundo con su colorido y su arquitectura. El equipo de Silversea, no deja nada al azar y organiza un desembarco perfecto, que incluye un paseo de tres horas con guía por la ciudad.
Un privilegio, recorrer Copenhague con un sabio de la ciudad. La urbe tiene una gran vida cultural e importantes instituciones como el Teatro Real, la Academia de Bellas Artes, el Museo Nacional, la Opera o el teatro del Rey. El éxito del restaurante Noma, y su chef René Redzepi ha dado un impulso gigante a la cocina danesa y del norte de Europa. Nosotros nos quedamos con el gran sabor de un viaje mágico a bordo del Silver Spirit, con los fiordos en el balcón del camarote y vistas a un sol de medianoche, entre montañas, bosques y torrentes. Un auténtico Palacio del mar.
Copenhague
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Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman Capote, Marcel Duchamp o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.
Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.
Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.
Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.
La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.
La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.
Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.
Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.
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