Abraham de Amézaga

Tiempo de lectura: 16 minutos

14 octubre, 2019

 

El turista convencional tiene por costumbre tildar a París de ciudad en la que se come caro y mal. Su comentario también lo extendería a Londres o Ginebra, por poner otros ejemplos. Ni se puede ni se debe generalizar, teniendo en cuenta que el turista frecuenta lugares turísticos, donde calidad y buen precio no suelen ser la pareja dominante.

Lo que nos mueve a nosotros es la calidad, por lo que hemos decidido visitar algunos de los restaurantes parisinos a los que, además de foráneos, acuden locales, por su ubicación y sus propuestas gastronómicas. Y hemos tenido muy presente la definición del chef Pierre Gagnaire, quien dice que “la cocina es multisensorial. Se dirige a la vista, a la boca, a la nariz, al oído y al espíritu. Ningún otro arte posee esta complejidad”.

El poder de las especias

Como si se tratara de un perfumista, Jean-Marc Notelet se sirve de las especias para crear propuestas gastronómicas que revelan un viaje de sensaciones. Nada de picantes, como podría pensar cualquiera. Si bien al llegar al restaurante Caïus (6, rue d’Armaillé, distrito 17), y la sala está repleta de gente, es fácil sentirse agredido por el ruido, una vez sentado y degustando las propuestas de Notelet, esa sensación se va disipando, concentrados en lo que desfila ante nosotros: como la pintada de granja, la kofta de ternera o la tarta de chocolate pura plantación criollo Venezuela. No podemos irnos sin probarlos, como sin saludar y felicitar al chef, que nos recibe en su cocina.

La gran dama de Francia

Recientemente abrió La Dame de Pic en Singapur, en el Hotel Raffles, y fue todo un acontecimiento. El restaurante de París (20, Rue du Louvre, distrito 1) del mismo nombre, con siete años y una estrella Michelin, se reinventa cada temporada, con clásicas propuestas, como los berlingots, esa exquisita creación rellena de queso brie sobre un consomé de nabo al regaliz y limón; el cerdo Ibaiama marinado o el milhojas blanco. Cada ocasión hay algo nuevo que suma, gracias por supuesto a los productos más cercanos y del momento. “Asia es un continente que siempre le inspira a Anne-Sophie Pic, la chef gala con más estrellas, y a su cocina, que es francesa, pero sin ocultar esa influencia”, nos explica con orgullo uno de los empleados del establecimiento parisino, ubicado junto al Museo del Louvre, donde el equipo, de lo más internacional, se afana en superarse.

En el corazón de la suntuosidad

Tiene un nombre corto y se halla en el interior de uno de los edificios más imponentes de la Ciudad Luz, la Ópera Garnier. Coco (1, Place Jacques Rouché, distrito 9) es un restaurante que cuenta con pocos meses y que, aún así, ya se ha convertido en uno de los de moda. Muy frecuentado tanto a mediodía como de noche, aunque es al final del día el momento más mágico para descubrirlo, cuando la luz exterior se va aminorando. Una carta muy internacional, con platos interesantes y que es difícil no seduzcan nuestro paladar.

La brasserie de la «rive gauche»

Se reabrió en los bajos del Lutetia (45, Boulevard Raspail, distrito 6), uno de los hoteles más icónicos de la ciudad del Sena. En él se daban cita Juliette Gréco, Serge Gainsbourg y Catherine Deneuve, entre otras peresonalidades. El chef que inspira los platos de su brasserie —término que vendría a traducirse del francés como “restaurante informal”— es Gérald Passédat, tres veces condecorado con una estrella Michelin. Se aprecia en cada propuesta el toque mediterráneo, empezando por el aceite de oliva que nos sirven nada más sentarnos. Ideal para los amantes de las ostras, la carta nocturna es más amplia que la de mediodía, en la cual destacan la dorada entera flambeada al anís, preparada ante nosotros, y la bullabesa.

Un clásico que se reinventa

¿Quién no conoce el que alguien llamó el más romántico restaurante de París, cuyos espacios totalmente alfombrados acogieron a ilustres (y no tan ilustres) de todos los tiempos y profesiones? Nos referimos a Lapérouse (51, Quai des Grands Augustins, distrito 6), que se ha renovado por completo, y ahora cuenta con dos chefs en cocina, Jean-Pierre Vigato y Christophe Michalak. Es el más novedoso de los cinco y la idea es crear varios por el mundo, algo así como Maxim’s en otros tiempos, pero en una versión más actual y refinada.

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Abraham de Amézaga

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14 octubre, 2019

 

Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería  para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman  Capote, Marcel  Duchamp  o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.

Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen  rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.

Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.

Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.

La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.

La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.

Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.

Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.

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