Isabel Vaquero

Tiempo de lectura: 14 minutos

10 noviembre, 2019

 

El director artístico de Dior Men, Kim Jones, ha redefinido el concepto de esmoquin masculino, revolucionando la colección de prendas formales de la firma y adaptándola con una propuesta que une modelos nuevos a la reinterpretación de los diseños clásicos. Un cambio que también se refleja en las proporciones de las prendas, incluyendo su estructura y sus remates exquisitos.

Cada esmoquin de Dior necesita al menos cinco semanas de trabajo antes de llegar a su propietario, debido a las múltiples y complejas fases de su producción: una exclusiva selección de tejidos, corte realizado a mano, entretela cosida (no simplemente aplicada) y compuesta de fibras de origen animal; el planchado de los hombros, los pespuntes invisibles, los cuellos ensamblados según las reglas de la sastrería tradicional, las solapas y los botones cosidos a mano y, por supuesto, siempre al final de cada paso, constantes controles de calidad.

Los nueve pasos que se desarrollan, desde el encargo del esmoquin hasta su entrega, incluyen el diseño y patronaje: la selección de los materiales entre una amplísima gama de tejidos italianos tradicionales o japoneses; el corte (debido al uso de una única pieza de tejido, cada uno de los elementos que componen el esmoquin debe ser cortado por la misma máquina); ensamblaje (una de las operaciones más delicadas, que requiere un nivel de maestría perfectamente regulado según los años de experiencia del artesano y que sólo una larga tradición costurera garantiza);

hilvanado (en un esmoquin de Dior todo se hace con hilo y aguja); entretela y estructura (por lo general, la entretela se compone de fibras de camello y crin de caballo, como dicta la tradición italiana); colocación de mangas y cuello (operaciones que otorgan consistencia y rigidez a la parte superior de la chaqueta para que la prenda tenga la caída perfecta); planchado y, por fin, acabados (los remates de un esmoquin requieren horas de trabajo: los botones son aplicados por artesanos expertos). Éste es el secreto de Dior para confeccionar un esmoquin de alta costura.

 

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Isabel Vaquero

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10 noviembre, 2019

 

Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería  para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman  Capote, Marcel  Duchamp  o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.

Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen  rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.

Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.

Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.

La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.

La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.

Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.

Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.

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