Daniela Valdez

Tiempo de lectura: 16 minutos

25 octubre, 2019

 

Me siento en una Sala Nezahualcóyotl vacía, algo completamente atípico, más si tomamos en cuenta que en unos minutos saldrá a escena uno de los directores más brillantes de nuestro país, que está desde 2006 al frente de la Orquesta Sinfónica de Minería. Cierro los ojos y empiezo a identificar una nostalgia familiar. Carlos Miguel Prieto comienza el ensayo. ¿El tema? La Guerra de las Galaxias. De pronto pasan frente a mí mis hermanos de pequeños, mi mamá saliendo a trabajar. Las confesiones de Darth Vader, el sable de Obi Wan Kenobi y un joven Luke aprendiz. Curiosamente no me ocurre lo mismo al ver las películas.

Hay algo guardado muy adentro de nosotros que sólo la música puede despertar, y son personas como Carlos Miguel quienes saben perfectamente cuáles son los botones correctos para remover estas emociones en nuestro interior. Y claro, no es de sorprender, pues se requiere una vida entera de trabajo llegar a donde está ahora: a la cabeza de tres de las orquestas más importantes. “Para llegar a ser director primero tienes que aprender a dirigir, después ser director asociado y, poco a poco, aprender a hacer las cosas mejor. Cada día representa un aprendizaje”, me comenta en un descanso durante el ensayo.

La Orquesta Sinfónica de Minería tiene una característica muy peculiar que solamente puede traer sensaciones positivas es su situación estacional: la temporada se presenta durante las vacaciones de verano, cuando todas las demás orquestas están descansando. Por lo tanto, la selección de artistas es muy especial: aquéllos que quieren entregar sus vacaciones de verano a hacer música al más alto nivel tienen la oportunidad de participar. Al respecto, el director comenta: “son personas con un espíritu muy positivo, con un contacto muy especial entre la orquesta y el público, y una tradición de brillantez y de ambición altamente cumplida por tocar tanto los clásicos como obras nuevas”.

Por eso, un primer encuentro con este conjunto de talentos puede evocar un momento tan emotivo, tan cercano, tan comprensible, lejos del prejuicio que dicta que la música clásica está reservada para la elite o para los conocedores. La realidad es que un acto tan humano como reunirnos por el gusto de escuchar la música es no sólo disfrutable, también enriquecedor. Este mundo tan valioso tiene mucho por ofrecer, si tan sólo nos detenemos y nos permitimos conocerlo.

Termina el descanso y llega una sorpresa aún mayor, un sonido tan profundo, tan dinámico, tan arrebatador: un solo inigualable de quien, después me enteraría, es uno de los mejores violinistas del globo, el multipremiado italiano Augustin Hadelich que visita con frecuencia a Prieto y compañía. Imperdible. Y de nuevo se me abre una imagen inesperada: una danza de cuerdas, metales, maderas y percusiones al ritmo de la batuta de Carlos Miguel, como una gran coreografía invisible, que se siente en el cuerpo, se registra en la cabeza, y es casi imposible de expresar, pues refleja la mente y el espíritu de grandes compositores y de quienes los interpretan. La OSM es tan grande como su programación, siempre atrevida, siempre interesante, clásica pero novedosa de Mahler a Bach, de música latina a Mozart.

Graduado de la carrera de ingeniería en la Universidad de Princeton y Maestro en Administración de Empresas en Harvard, hoy Carlos Miguel Prieto, también violinista, dirige además la Orquesta Juvenil de las Américas donde colabora con el venezolano Gustavo Dudamel. Sin duda es interesante verlo al frente de cada una de ellas, donde la sabiduría del veterano se entremezcla con el entusiasmo de un reparto joven, una profunda ética de trabajo y mucho, mucho esfuerzo, con el único objetivo de hacerlo mejor cada día. Me quedo con una importante reflexión de quien a los cinco años ya tocaba en cuarteto con sus hermanos y primos y hoy ha grabado numerosos discos como violinista y recibido grandes premios, entre ellos director del año por la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música o el Reconocimiento como Líder Mundial por el Foro Económico Mundial: “la música no puede no ser generosa”. Y sin duda es esta sensibilidad, curiosidad y generosidad que nos despierta escuchar a la OSM lo que necesitamos en un mundo tan incierto como el que tenemos hoy.

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Daniela Valdez

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25 octubre, 2019

 

Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería  para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman  Capote, Marcel  Duchamp  o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.

Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen  rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.

Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.

Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.

La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.

La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.

Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.

Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.

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